Death by cebiche

Todos los jueves al mediodía me voy a una cebichería en la avenida Rosa Toro. Se ha vuelto una costumbre en mí, y ya me conocen las meseras bastante bien. Saben que me comeré un gran plato de cebiche acompañado de una cerveza.

Durante los años que estuve lejos de Perú, ansiaba el momento en que podría comer de nuevo tan suculentos platillos. En mi particular gusto, los cebiches forman una parte primordial de mi dieta. Quienes me conocen saben acerca de mi proselitismo cebichero. Recuerdo claramente las veces en que hice probar este delicioso platillo por primera vez a tantos amigos.

A falta de productos de mi tierra, la necesidad fue la madre de la inventiva. Por tal razón logré ingeniármelas para hacer un excelente tiradito de salmón bien acompañado de su sauvignon blanc. Escuchar tangos de Piazzolla mientras almorzaba era la metáfora de la felicidad para mí.

No obstante, ahora que estoy de regreso en mi país, qué hermoso es devorarse un increíble cebiche de conchas negras, de pulpa de erizo, de pescado, mixto… Es decir, de todas sus inenarrables variantes. Voy siempre solo, y como buen degustador, saboreo cada bocado lentamente. Lavo todo aquel sabor en el paladar con un sorbo de cerveza helada, y mi felicidad limeña canta los valses criollos que me ponen en el equipo de sonido.

Están ahí todos los ingredientes esenciales: el choclo, el camote, la humedad de Lima, la música, las servilletas mal dobladas, la cebolla, el rocoto, la deliciosa decoración de yuyo (alga marina) y la hermosa nostalgia que es tan sólo el momento actual.

Pero, hay algo que me ha ido pasando con el tiempo. Debido a que perdí la costumbre de comer mariscos frescos y peruanos, a la media hora de haber terminado mi almuerzo siento una presión parecida a la sinusitis, y por momentos me falta el aire. No creo que sea una reacción alérgica… o sí. Jamás tuve esta sensación. Mi única manera de luchar contra ello es seguirme saturando de pescados, mariscos, cerveza y felicidad cada jueves, y ver si en esas no me muero.

El maldito y sublime Nietzche escribió que lo que no me mata, me hace más fuerte. Lo mismo pudo haberlo escrito una cucaracha. Las pocas que sobreviven al veneno, tendrán crías que serán inmnunes a él.

Si sigo comiendo así, estoy casi seguro de que ya no sentiré nada malo.

Por lo pronto, mi felicidad de limeño que quiere recuperar el tiempo perdido se nutre de sabores así; de empanzadas y bebidas de cuando intuimos que no nos quedan muchos meses, y que lo comido, bailado y libado no nos lo quita nadie. Aunque nos mate.


Lima, Perú
Abril de 2007