Aquella música a la cual siempre volvemos

Alguna vez mencioné casi a modo de confesión que soy muy afecto a la música. Me gustan de todos tipos, y cada una me retrotrae a ciertas etapas de mi vida.

Jamás podré olvidar esas maravillosas baladas en jazz de los Rippingtons. Fueron los últimos años de la década del 90. También recuerdo con alegría aquellas fuertes canciones del alternativo de mi adolescencia. Nirvana, Sound Garden, Pearl Jam (algunos juraban que se escribía pro-jam, no sé por qué), Smashing Pumpkins, Green Day, Toad the Wet Sprocket, entre tantos, hacían de mis salidas una felicidad recontra amarga.

Como escribió el genial Gabo: algo mejor que escuchar música es hablar de música.

Recuerdo que, durante los años antes de irme de Lima, nos juntábamos algunos fieles musicófilos en un barcito para escuchar música variada y comentarla. No sé cómo nos las ingeniábamos para convencer al dueño de prestarnos su consola de CD. No obstante, ahí andábamos. Comentábamos a Pink Floyd. Concordábamos muy acertadamente que Yanni tenía una fijación con Chopin, por más Di Blasio que se pareciera el griego ése. Me decían que los Rippingtons eran una mierda, y los mandaba al Caribe. Muy de tarde, nos despedíamos con John MacLaughlin, tan malditos en lo sublime de una noche en la cual ya pasaron el Gato Barbieri, Ella Fitzgerald, Patato y tantos otros.

Cuando me fui de Lima, me llevé toditos mis CDs más importantes en mi maletín de mano.

Durante mis viajes fui ganando más música, y perdiendo más raíces… hasta regresar convertido en algo así como un tipo variopinto al que le gusta el jazz, escucha tangos, y se baja álbumes enteritos de bossa nova en mp3.

Sin embargo, cuando llegué a Lima, me di con un enorme misterio. Algo debió haber pasado en los seis años que estuve fuera, porque por todos lados me la he pasado escuchando música de los 80s y 90s.

Está bien. Regresé para reencontrarme con la ciudad que dejé. Pasó el tiempo, y los cambios que vi en la urbe fueron lógicos. En cuestión de música, por el contrario, pareciera como si una máquina del tiempo atroz se hubiese malogrado y desparramado tonadas por media ciudad.

Por momentos escucho canciones muy oscuras de Indochina de los 80s; en otros pasan partes alternativas de Pearl Jam, por ejemplo. Así me la paso. En el taxi se oye a Roxette, en el café a Snap, a los Prisioneros en una oficina, a Joan Morrison y a New Order uno detrás del otro. Es decir. En un pan con pescado tipo todo-tiempo-pasado-fue-mejor, nos hacen creer con la música que veinte años no es nada.

Siempre regresamos a aquellas canciones que se nos hicieron entrañables. No obstante, sigo preguntándome qué rayos habrá pasado durante mi ausencia, en que el tiempo pareciera haberse mantenido estancado en casi todas las estaciones de radio de Lima.


Lima, Perú
Abril de 2007

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