Al ser extranjero, es nuestro deber notificar al consulado local dónde es que vivimos mediante un registro consular. De tal manera, se nos puede ubicar siempre para propósitos legales, cívicos, enjuciables y judiciales. Esto incluye, claro está, el registro de votación para las elecciones presidenciales y para el congreso, con su consiguiente potencial de ser nombrado miembro de mesa, presidente, o qué sé rayos.
Las dos veces que voté en Puerto Rico, recuerdo que el proceso electoral fue más una juerga que otra cosa. Ni bien uno salía de emitir el voto secreto, nos esperaban los mismos peruanos en el exilio con sus cajas de latas de cervezas, comidas típicas, y rondas de amigotes dispuestos a empinar el codo bien políticamente. No había escapatoria, y el votante en mí tampoco tenía muchas ganas de huir, que yo recuerde.
Al regresarme a Perú, decidí no cambiar mi dirección legal de Puerto Rico debido a que no sabía adónde me llevarían mis pies. Así se me pasó un año, dos, tres, y hasta cuatro, sin cambiar domicilio. En aquel interim, hubo dos elecciones municipales, para las cuales vote por ninguna. Al estar registrado en el extranjero, no aplica en mí ninguna jurisdicción. Así que me ahorro de colas y de preocupaciones politiqueras.
Verán, como buen apolítico que soy, me importa un rábano quién salga o quién no salga de alcalde de Lima, Miraflores, Huaycan, o Ccarahuaccyapoma. El mundo fue y será una porquería, como dice el famoso tango. La misma opinión tengo respecto a la política. Siempre habrán entresijos, intrigas y malabares, vote por quién se vote.
Por eso, aunque sea escarnecido por cierto grupo de personas quienes se toman el proceso electoral y cívico tan en serio, yo me abstengo de votar.
Me ahorraré una linda fila, dormiré hasta tarde, y el hígado lo guardaré para la borrachera que me toque ese día, por más ley seca que haya. Transgresor o no, me mantengo fiel a mis convicciones políticas, y que viva la Perestroika.
Las dos veces que voté en Puerto Rico, recuerdo que el proceso electoral fue más una juerga que otra cosa. Ni bien uno salía de emitir el voto secreto, nos esperaban los mismos peruanos en el exilio con sus cajas de latas de cervezas, comidas típicas, y rondas de amigotes dispuestos a empinar el codo bien políticamente. No había escapatoria, y el votante en mí tampoco tenía muchas ganas de huir, que yo recuerde.
Al regresarme a Perú, decidí no cambiar mi dirección legal de Puerto Rico debido a que no sabía adónde me llevarían mis pies. Así se me pasó un año, dos, tres, y hasta cuatro, sin cambiar domicilio. En aquel interim, hubo dos elecciones municipales, para las cuales vote por ninguna. Al estar registrado en el extranjero, no aplica en mí ninguna jurisdicción. Así que me ahorro de colas y de preocupaciones politiqueras.
Verán, como buen apolítico que soy, me importa un rábano quién salga o quién no salga de alcalde de Lima, Miraflores, Huaycan, o Ccarahuaccyapoma. El mundo fue y será una porquería, como dice el famoso tango. La misma opinión tengo respecto a la política. Siempre habrán entresijos, intrigas y malabares, vote por quién se vote.
Por eso, aunque sea escarnecido por cierto grupo de personas quienes se toman el proceso electoral y cívico tan en serio, yo me abstengo de votar.
Me ahorraré una linda fila, dormiré hasta tarde, y el hígado lo guardaré para la borrachera que me toque ese día, por más ley seca que haya. Transgresor o no, me mantengo fiel a mis convicciones políticas, y que viva la Perestroika.
Lima, Perú
Setiembre de 2010
Setiembre de 2010
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