Comer al paso

Como buen peatón, me gusta descubrir lugarcitos dónde comer merienditas baratas y portátiles. Cada país tiene su variación de las comidas al paso, y en Perú el comer en la calle es toda una institución nacional. Éstas están muy lejos de la pretensión culinaria gourmet. Sencillamente, son alimentos para llenar la panza de la manera más barata y pintoresca posible.

Recuerdo que una vez tuve que levantarme tempranísimo para no sé qué papeleos, y me topé con una carretilla llenecita de sandwiches a un sol. Eran panes con huevo frito, tortilla de huevo, palta (aguacate), (dizque) lomito, y otras variantes. Por un sol más, se podía tomar un café aguadísimo, o un té. En esa ocasión desayuné muy feliz con cinco soles, a lo que equivaldría más o menos un dólar américano con ochenta centavos. Nadita mal, me dije.

Los que abundan en las esquinas de los barrios populares, son los quioscos que venden emolientes, batidos calientes de maca, y otras hierbas que jamás me atreví a probar. Debo admitir -pesarosamente-, que me siento intimidado y apocado el ver a las quiosqueras hacer malabares con los chorros largos, altos y humeantes para enfriar el desayuno líquido de las masas trabajadoras.

También hay jugueros que exprimen naranjas fresquísimas por cincuenta céntimos, y un sol. Existen los que venden huevos de codorniz, los que ofrecen choclo (maíz) con queso, papa con queso, yuca con queso, huevos duros con queso, o queso solo.

Ahí sí me apunto para llenar mi mochila de comida vegetariana, e irme de pícnic urbano, y bien peatón.

Asímismo, están los almuerzos carretilleros, y al paso, además. De ésos, están los infames siete colores, que es un plato con siete comidas distintas (tallarín verde, papa la huancaína, chanfainita, arroz, cebiche, cau-cau, frijoles, o cualquier otra sarabanda), agregando el peruanísimo huevo frito montado. Pariente de ese plato es el popular aeropuerto.

Cuando pregunté acerca de tan pintoresco nombre, me enteraron de que todo aterriza en el plato, pe' manito... Y sí. El plato es la pista de aterrizaje de todo lo que se ofrece en la carretilla. El comensal acaba con un cerro de comida, y una indigestión, además.

Algunas personas me llamarán terco cuando digo que soy fiel al cebiche; y mucha gente estará de acuerdo conmigo en que hay cebiches que mejor se comen -y con mayor gusto-, si son de carretilla. No será de cinco tenedores la cosa, pero con tal de que mis cubiertos estén bien lavados, me someto a placeres gastronómicos que pueden ser hasta de ultratumba.

Lima, Perú
Setiembre de 2010

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