Wilson, laptops de segunda mano, y un día de pesca (con conchas negras incluidas)

Es cierto, no publiqué la entrega de mis crónicas de la semana pasada. Mi buzón de correo electrónico estuvo lleno de reclamos y amenazas de muerte. Tengo una excusa muy seria. Se me murió el laptop. Aquel héroe-compañero de mis innumerables viajes decidió expirar. Era hermoso llevarlo en mi morral -junto a mi cámara fotográfica y mi pasaporte-, por los caminos del mundo, citando a Atahualpa Yupanqui. Su disco duro decidió que era hora de quemarse, y de dar cincuentamil vueltas en redondo sin atinar a leer datos. Me quedé sin computador.

Me dije: demonios. ¿Ahora, cómo hago?

Recordé que la avenida Wilson es el paraíso de la computación ilegal lindando en lo pirata. Hacia allá fui, fiel a mi palabra de mercenario auto-declarado. La encontré muchísimo mejor, y con una oferta increíble para la demanda actual. Hallé piezas, consolas, pantallas, software, artefactos, servicios, accesorios y demás artículos de informática necesidad.
Wilson sigue siendo el Edén de los piratas y bucaneros.

Me conseguí mi actual monstruito IBM Thinkpad T20, al módico precio de US$320, y con garantía de seis meses. ¡6 meses! ¡Garantía! Esas palabras no existían en estos lares hasta hace… bueno, no importa desde hace cuánto tiempo.

Pero –demonios (nuevamente)-, la máquina empezó a darme problemas desde el primer día. Por supuesto, regresé a honrar mi garantía de seis meses, y fui a la mañana siguiente. Me cambiaron las piezas malas, y regresé contento a casita. A los dos días, el disco duro patinó. De vuelta a Wilson. Me lo cambiaron. Al otro día, tuve otro desperfecto. Una vez más, ir a honrar la garantía. En fin, ya no recuerdo cuántas veces regresé al local ése de las computadoras portátiles baratas. Lo único que sé es que desde hace unos buenos días, ya mi máquina no me ha vuelto a fastidiar.

Está feliz ella, ronroneando encima de mi escritorio mientras escribo el artículo que debió ser de la semana pasada, con todo y disculpas.

Hace unos días atrás me fui de pesca con unos amigotes de mi infancia. Fue interesante, ya que ése quise que sea el tema de mi artículo que se comió la mitad en perdir perdones.

Salimos en la noche y llegamos de madrugada a Sarapampa, a ciento y pico kilómetros al sur de Lima. Éramos dos coches con seis tipos rudos, llenecitos de aparejos, botellas de whisky y ron, comida magra para no malograrnos el apetito, y las ganas de quedarnos todo el día siguiente en la playa. Era una salida de hombres solamente.

Llegamos, armamos carpa, lanzamos las líneas, y nos pusimos a beber mientras esperábamos a que pique algo. Con el pasar de los minutos, cada uno fue recogiendo su línea, excepto yo, el terco. Mientras los demás se resignaban a no pescar ni un resfriado, yo me la pasé bien a lo pescador-Hemingway con mis aparejos bien lanzados de orilla. Ellos bebían, yo era el viejo y el mar.

-¡Manolo, vente a chupar con nosotros!
-Ni cagando. Ahorita pican.
-¡Ya oe, no seas huevón! ¡Ven para acá!
-¡Ya! Aguanta un toque mientras engancho la línea a tu carpa.
-¡En mi carpa no! Pucha, se la va a jalar el mar.

…y no pasó nada. Nos pusimos a beber bien a lo Chivas Life, mientras los peces se mataban de risa de mis aparejos que ni irían a pescar nada.

En la mañana nos despertamos cada uno en su carpa. Con ganas de seguir el día, salí, recogí mi sedal, y lancé un aparejo fresquecito. En ese instante, uno de mis amigos dijo algo inenarrable:

-¡Puta madre! No he traído bloqueador. Vámonos de vuelta a Lima. Así no la hago.

Mis demás varoniles amigos asintieron, le dieron la razón, y empacaron sus cosas con envidiable velocidad. Estuve a punto de mandarlos al diablo, pero más pudo la amistad y los ayudé con los bultos y petates.

Enrumbamos a Lima, de vuelta, con el estómago vacío, y el orgullo entre las piernas.

No obstante, paramos en un mercadito de esos por Magdalena, y no recuerdo bien cómo fue la maroma, pero acabamos la faena de la pesca trunca comiendo un excelente cebiche de conchas negras en un puestito. Debió haber sido la felicidad de estar con los amigos, la incongruente belleza de la cocinera, o las cervezas acompañadas de las conchas negras, pero el mal humor se me fue, y todo se diluyó en un ir y venir de carcajadas, bromas y buena salud.

Lo más interesante del asunto: no me cayó mal el cebiche. Extraño, ¿verdad?

Sí, insólito y sublime.




Lima, Perú
Mayo de 2007

3 comentarios:

Anónimo dijo...

en que estabas pensando, brother deja de escribir fruslerias por favor, dedicate a lo qe sabes hacer (si sabes hacer algo).



josecarlos mendoz

Manuel Páucar González dijo...

Vida, que le llaman. No todos podemos ser domadores de leones en este circo de la existencia. En fin, saludos.

Jesus Bahamonde Schreiber dijo...

Chevere tu post recien lo leo despues de un año y mas de haberlo publicado man me intereso mucho ese sitio donde compraste la laptop barata yo estoy necesitando una si pudieras mandarme la direccion o el local donde lo encontraste seria de muxa ayuda gracias de antemano

jovelos@gmail.com